LAZARILLO DE TORMES
Voy caminando por las calles de Salamanca cuando mi sorpresa fue encontrar a tal niño jugando en las anchas calles. Me sorprendió la actitud de ese niño al recibir tal saludo sin conocerme de nada. Las risas de ese niño me atrajeron alegremente.
Durante unos minutos estuve hablando con él, y mi sorpresa fue tal cuando descubrí que tal niño, que parecía que no tenía nada y era pobre, era un niño grandioso, ya que tenía todo lo que un niño desearía.
Su familia era de clase alta, aunque el no se sentía tan dichoso: no tenía a nadie para hablar con él, a nadie a quién decirle lo que siente un niño de esa edad.
El niño se llama Darío Fernández y los dos compaginamos perfectamente. Darío me contó su historia y yo iba a contarle la mía. Darío, aunque era un niño de corta edad, sabía perfectamente en las condiciones que estaba, y entendía lo que suponía para mí no tener nada.
Darío se dispone a contarle la historia que le conté a sus padres. Sus padres, llamados Fermina y Francisco me ayudan y tienen la hospitalidad de llevarme a su casa. Tenía nuevos amos, el señor y la señora Fernández.
Ahora tengo una nueva oportunidad de tener una vida digna ya que sé que nunca voy a estar desamparado, ya nunca voy a estar solo, y lo que es mucho más importante, todos los días voy a tener un trozo de pan que llevarme a la boca.
Siento una inmensa alegría por dentro y todo lo debo a un niño, pero no un niño cualquiera, un niño que me ha hecho volver a ser feliz.
Cristina Muñoz y Sandra Martínez
3º B
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