Tratado del Lazarillo, por Lorena, de 3ºESO-B

TRATADO ÚLTIMO, EL REENCUENTRO



Después de todo lo sufrido durante esta maldita vida, aún tuve la suerte de cambiar de oficio. Después de ser pregonero real (cuyo trabajo no quería abandonar) salí a buscar fortuna de verdad en Toledo. En el camino me encontré con un niño pobre, delgado y desgraciado. Estando yo un segundo mirándolo, me recordó a aquel triste muchacho que se pasó la vida trabajando, el pobre Lázaro. Debía de tener unos 13 años o quizás menos. Sólo me resultó familiar una frase que dije yo de chico: ’’coco, coco’’. En efecto era mi hermanastro mulato, del que hasta hoy no había oído hablar. Le pregunté por su madre y me dijo que no sabía donde podía estar.
También le pregunté que quién le cuidaba, donde se hospedaba etc. Y fue tal la sorpresa que me caí de espaldas y me di en la cabeza.
Cuando desperté, allí estaban los dos, sentados, mirándome y riéndose. Allí estaban mi hermanastro mulato y mi primer amo del que yo tengo memoria: el ciego. Él ya estaba muy viejo pero aún se acordaba del palo que se pegó por culpa mía.

-¿Te duele mucho la cabeza, pequeño Lázaro?-dijo el ciego con tono de burla.
-Pues a mí casi no me duele, pero a ti te seguirá doliendo.

Ya no se atrevía a darme ningún palo más, y enclavijó los dientes para soportar aquel momento. Solo lamentaba que mi hermanastro mulato estuviera allí, pobre muchacho.

Pero yo debía seguir mi vida y dejar atrás el pasado así que me busqué un trabajo honrado y de aquí saqué lo bastante como para poder alimentarme y hospedarme en una humilde casa apartada de todo lo que me recuerda a mi infancia.